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Sábado, 1 de julio de 2017

Llego a las 17:10 a la tienda taller de Jesús Valencia, en Gustavo Le Paige 151. Saludo a Víctor,
su ayudante argentino, de Tierra de Fuego. Me señala atento, como es él, hacia donde está el
escultor. Me giro y camina hacia mí con gesto de disculpas, por la mañana se le olvidó la
entrevista.
Se presenta cercano, cálido. Dispuesto a conversar de las luces y de las sombras. Me invita a
ponerme cómoda y a acompañarle al fondo de su tienda, a una ventana con vistas a la calle
Domingo Atienza y a la cordillera de la Sal. Aquí estaba divagando, me dice. Es necesario
divagar para crear? Le pregunto y le advierto que la entrevista está en marcha. Dibuja en el
poyete de la ventana mientras contesta a mis preguntas. Llegamos a la conclusión de que sí.
Es preciso no hacer para hacer

Y conversamos de la importancia de la meditación a la hora de crear.

Me habla de sus orígenes humildes en Curanilahue, en la octava región. Ahí nació en 1974. Ya
de niño moldeaba la tierra y la tierra le moldeaba a él para que no se perdiera en los
quehaceres de un hombre de provecho. Él se siente mapuche aun teniendo ascendencia
europea, en su familia hay miembros de pelo y ojos claros. Sus rasgos son morenos, aunque yo
sí aprecio pinceladas del viejo continente en su rostro y en su obra. De hecho, me llevó hasta
su taller un tótem que vi en el hotel Don Raúl en la calle Caracoles, me recordó a un pasaje de
Don Quijote, quizá a cuando se las veía con los molinos de viento. Y veo a Picasso en cada
ojeada a su tienda taller, el cubismo está latente.

Estudia matemáticas, y aunque los números le seducen ser escultor es lo que quiere. Empieza
trabajando de orfebre, aun en la universidad, a manejar no recuerdo qué de llama. Y entre
llama y llamado se va en su búsqueda sin un peso. Lleno de miedos que aún hoy le acompañan
cuando se abraza a su mujer para disolverlos en amor.

Llega a San Pedro en el 2000 y ahí empieza a investigar, a convertirse en escultor a base de
ensayo error. A hacer vaciados justo en el espacio que ocupamos. Trabaja el cobre, acero,
carbono, bronce y aluminio. Y se mimetiza con la tierra atacameña en sus llamas, en sus
mineros, en sus chañares y algarrobos que hoy están por todas las partes del mundo, Estados
Unidos, Francia, España, llevados por los múltiples turistas que visitan este cosmopolita rincón.
Y le va muy bien y casi sin querer se convierte en un productor en serie y en un mercantilista y
no, eso no es para él. Deja de trabajar hace ahora tres años y se sumerge en una nueva
búsqueda. En la nada.

Es necesario navegar la nada para llegar al todo

Viaja al sur, a Curanilahue, quiere encontrar inspiración en sus orígenes y parece que alguna
musa le rondó porque está dándole duro a unas maquetas en polímeros sintéticos. Acoplando
ideas que a mí me recuerdan a Constantino Brancusi, a su Beso, a su Columna Infinita.
Curiosamente, uno de sus referentes.
En este ensamblaje también entra su vida familiar. Es padre de dos niñas. Sus horarios de
colegios, sus deberes y actividades, su sustento, ha de conciliarlos con el acero inoxidable y el
cobre, sus futuras aleaciones.
Y quizá de todos estos bocetos que me muestra, afanado, en su cuaderno y maquetas no
resulte nada y un día de repente se le ocurra algo que le haga decir
por qué no se me vino antes.

Y,
sí, la creación tiene mucho de ensayo error, aun así, la evolución en ella tiene harto de
espontáneo, ambos coincidimos.
Me despido diciéndole, sigamos, tú escribiendo en aceros y cobres y yo esculpiendo en
palabras.
Salgo por donde está Víctor, le saludo. Jesús me acompaña hasta la puerta. Vemos el atardecer
sobre la cordillera de la Sal. Las nubes rojas con pinceladas naranjas parecieran anunciar éxito.

_crónica de Deshilachando Banderas. La foto es de un atardecer contemplando los volcanes dormidos_

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