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Ya estamos todos los que somos. El caos se ha adueñado de la casa. Bolsos, mochilas, zapatos gordos, perro, tropiezan con nosotros.  Patronçito! Se escucha en la parte de en medio. Inconfundible la voz de Mariano, un primo que llegó de las américas uruguayas hace años a hacer las europas gallegas y se unió al clan del talante pausado del jefe. El patrón, con su hacer, nos reafirma sin querer, o queriendo, en las raíces, esas que nunca has de olvidar porque si no te encontrarás perdido.  Nos hace recuperar la inocencia de un ayer que hoy se vuelve más inocente, si cabe.  

Son las siete. Me pide un café mi reloj. Él no se despierta sin la cafeína y yo le sigo el vicio. Me cuelo entre el bate, bate, de la jefa y a hurtadillas no escondidas logró prepararme uno. Ella, para no perder la costumbre del habla, no para de decir. Quieres tostadas de chapata, galletas de mantequilla que vinieron de Asturias, bica que trajo la abuela, bizcocho que hice ayer? Mamá, quiero un café, ahora cojo yo lo que vea. Ah, también tienes estas galletas de canela que tanto te gustan. Cómo voy queriendo a esta mujer que tanto me alimenta y tanto me agota. Su agotar en mí en su no morir en ella.

Poco a poco se va desperezando la tropa procurando no colisionar con el barullo. Y, bien desayunados, cada cual se va para las viñas como le place. Los más enxebres1 lo hacemos en piernas, como antaño, saludando sin cambiar la marcha a los vecinos de paso. Los demás tienen a elegir entre el tractor, la berlina, la bicicleta, la furgoneta.

Y en un ratito nos vemos en las viñas, ataviados con el glamour de un armario de remendadas, dadas de sí, y ancianas vestimentas, aunque siempre hay alguien que se pone el penúltimo chándal de moda, hecho en china, o un moño encintado creando tendencia que le da el toque fashion a la cuadrilla: Beatriz, hermana.      

A nuestras rodillas, o muslos, las de estatura escasa, están majestuosas las primeras cepas. Nos saludan con tanta reverencia que se me antoja un gesto sagrado. Solemos empezar por a Casiña, una de las viñas viejas, las que más amo, las que me traen recuerdos tan hondos que apenas puedo digerir sin que llueva en mis mejillas. Este año están a rebosar. Da gusto verlas y comerlas. Y mientras saboreo un bago2 se cuela en mi mente presente la imagen de una mirada atenta y henchida de admiración a Paco, abuelo materno, tan añorado, pesando las uvas con la romana hace más de cuarenta años.

Eu queríame casare/ miña nai non teño roupa/ eu queríame casare/ miña nai non teño roupa/ casa miña filla casa/ que unha perna tapa a outra…3 Suena el primer cantar del repertorio. Todos seguimos como sabemos. Aquí el coro se compensa y descompensa con los ruidos de una naturaleza casi plena de vida.


 Los cestos se van llenando a ritmo de las cantigas y sin darnos cuenta la sonrisa va ocupando el puesto del frunce matutino. A los cantos y a las sonrisas les van tomando el puesto las risas, las carcajadas, los comentarios jocosos. Y se siguen llenando los cestos de mencía, de godello, de treixadura, de alicante, de náparo, distintas clases de uva negra y blanca que harán un vino digno de un banquete de dioses y diosas

Los más fuertes físicamente Noel, hijo, Juan, cuñado, los dos herederos del puesto de mando, y algún hombre más, y varias mujeres de brazo bizarro, solemos ocuparnos de acarrear con ellos hasta las rodeiras4  donde se recogen con el tractor de Toño.

Después de esta explosión matutina se van arrimando las conversaciones. Política. Fútbol. Cosechas anteriores. Política. Bo, que no baje la alegría, volvamos a cantar. Fútbol. No! Sigamos cantando. Raquel se empeña en ello y casi se queda sola y a capela. 

Una paradita para comer una pavía deliciosa y estirar un poco. Los riñones ya no son los de los nueve años cuando el deslome no tenía cabida en aquella flexibilidad salvaje.  Surcos y más surcos se van vaciando a manos de Milagros, abuela paterna, que ahí sigue en pie como una auténtica, de Artemia, tía, la más cantarina de todos, Pepita, prima, Mari, consuegra de los jefes, Mario, hijo, que este año se hizo el remolón a cuenta de un deber que tenía para el lunes, la lectura de o lápis do carpinteiro5.  Y se añoran las manos grabadas a fuego de trabajo y más trabajo, tan queridas, y que ya perecieron, las manos de Celso, abuelo paterno, de Paco, de María, abuela materna, las manos de Laura, tía abuela.       

Y  llega la hora de la comida. Doña Elena, la jefa,  se las apaña más que bien para llenar una mesa grande de viandas abundantes y ricas. Comida hecha a mano. De la que alimenta el cuerpo y el alma porque está cocinada con el carácter de muchas generaciones de pura cepa, con la energía de la comunión con la naturaleza. Ese vigor que te recorre de pies a cabeza llevando un escalofrío de los buenos.  

Distintas empanadas del horno de Castrelo do Val, carnes de las montañas y valle de Monterrey,  pimientos, tomates, lechugas, patatas de la huerta de Gondulfes, pescados traídos del mercado de abastos de las Traviesas de Vigo, llenan de color y sabor la porcelana y nuestras bocas y estómagos de calidad.   

No hay tiempo para reposar más que el tiempo del café de puchero que ayuda a templar el mencía y el godello,  y un licor café bordado con las manos del patrón que da alegría a los ánimos dispuestos a seguir vaciando los surcos aún llenos, antes del ocaso.  Por la tarde casi no hay cantos, ni conversaciones en grupo. Todo se torna más íntimo, más de tú a tú, y de tú a uva.  El patroncito deja caer su silencio de cuando en vez por los surcos, eso sí, de vez en cuando suelta una de sus frases heredadas de la retahíla del abuelo Celso. Este 2013, debido a que a la uva estaba muy madura,  la oración cumbre fue, qué desbagamento6.

Una parada en el bar de Lucho para mojar la sed y echar unas risas y de vuelta en la bodega, ya con la noche encima sembrada de estrellas, llega el momento más surrealista de la jornada. Sólo falta el ojo de la cámara al fondo, el espíritu Buñuel nos acompaña, y en un hacer mágico se escucha el clac de la plaqueta, silencio!  Se rueda, toma uno.  En escena la prensadora y alrededor cada cual en su papel, unos vacían los cestos en ella, otros van empujando las uvas, otros van retirando el bagazo con la horquilla y, con una luz especial, resaltando en la toma. Pepe, el patrón, se hace con su papel honrando a un guión excelso, digno de una concha de plata. A cámara lenta rescata una uva dañada antes de ser estrujada camino al lagar y uno a uno a la luz de una bombilla va quitando los bagos secos. El resto, después de un silencio pasmado, irrumpimos en una carcajada unísona que resuena en la bóveda celeste y despierta a Baco y a todos nuestros antepasados que no se pueden resistir a juntarse y a dar lumbre a la noche  con esta plantilla de trabajadores feitos a man7.

octubre 2013, sabela gondulfes

1: Enxebre: auténtico, genuino, puro.

2: Bago: cada una de las uvas de un racimo.

3: Eu queríame casare/ miña nai non teño roupa/ eu queríame casare/ miña nai non teño roupa/ casa miña filla casa/ que unha perna tapa a outra//  Yo me quería casar/ madre, mía,  no tengo ropa/ Yo me quería casar/ madre, mía,  no tengo ropa/ casa hija mía casa/ que una pierna tapa la otra. Cantar popular gallego, que con la traducción se estropea como suele pasar.

4: Rodeira: el camino que rodea las viñas.

5: O lápis do carpinteiro: el lápiz del carpintero, libro de Manuel Rivas.

6: Desbagamento: las uvas que se derraman por el suelo.

Casiña, Mariano, la jefa&Sabela
Sabela con la abuela Milagros y Artemia, tía, al fondo el Patronçito y Juan
Las uvas y Juan, Noel y Mariano

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